sábado, 14 de julio de 2007

Momo


—Qué, ¿qué pasa? —dijo el hombre gris, enarcando las cejas—. ¿Todavía no estás contenta? Vosotros, los niños de hoy, sí que sois exigentes. ¿Quieres decirme qué le falta a esa muñeca perfecta?

Momo miró al suelo y reflexionó.

—Creo —dijo en voz baja— que no se la puede querer.

Durante un buen rato, el hombre gris no dijo nada. Miraba ante sí con la mirada vidriosa de las muñecas. Finalmente hizo un esfuerzo.

—No es eso lo que importa —dijo con voz gélida. Momo le miró a los ojos. El hombre le daba miedo, sobre todo por el frío que salía de su mirada. Por curioso que parezca, también le daba pena, aunque no hubiera podido decir por qué.

—Pero a mis amigos —dijo—, los quiero.

El hombre gris hizo una mueca como si, de pronto, tuviera dolor de muelas. En seguida se recuperó y sonrió como un cuchillo.

—Creo —replicó con suavidad— que vale la pena que hablemos un rato en serio, pequeña, para que empieces a darte cuenta de qué es lo importante realmente.

Sacó de su bolsillo un pequeño cuadernito de notas, gris, en el que hojeó hasta encontrar lo que buscaba.

—Tú te llamas Momo, ¿no es así?

Momo asintió. el hombre gris cerró el cuadernillo de notas, lo volvió a guardar y se sentó en el suelo, al lado de Momo. Durante un rato no dijo nada, sino que se limitaba a chupar su pequeño cigarro gris.

—Pues bien, Momo: escúchame bien —comenzó, por fin.

Momo llevaba intentándolo todo el rato. Pero resultaba mucho más difícil escucharle a él que a todos los demás, a los que había escuchado hasta entonces. En otras ocasiones, podía simplemente introducirse en el otro y entender lo que quería decir y lo que era realmente. Pero con ese visitante no lo conseguía. Cuantas veces lo intentaba tenía la sensación de caer en la oscuridad y el vacío, como si no hubiera nadie, eso no le había ocurrido nunca.

—Lo único que importa en la vida —prosiguió el hombre—, es llegar a ser alguien, llegar a tener algo. Quien llega más lejos, quien tiene más que los demás recibe lo demás por añadidura: la amistad, el amor, el honor, etcétera. Tú crees que quieres a tus amigos. Vamos a analizar esto objetivamente.

El hombre gris expulsó unos cuantos anillos de humo. Momo escondió sus pies desnudos debajo de la falda y se arrebujó todo lo que pudo en su gran chaquetón.

—Surge en primer lugar la pregunta siguiente —prosiguió el hombre gris—: ¿de qué les sirve a tus amigos el que tú existas? ¿les sirve para algo? no. ¿Les ayuda a hacer carrera, a ganar más dinero, a hacer algo en la vida? decididamente no. ¿Los apoyas en sus esfuerzos por ahorrar tiempo? al contrario. Los frenas, eres como un cepo en sus pies, arruinas su futuro. Puede que hasta ahora no te hayas dado cuenta de ello, Momo, pero lo cierto es que, por el mero hecho de existir, dañas a tus amigos. En realidad, y sin quererlo, eres su enemiga. ¿Y a eso le llamas tú quererlos?

Momo no sabía qué contestar. Nunca antes había visto las cosas de este modo. Durante un instante tuvo la duda de si no tendría razón el hombre gris.

—Y por esto —prosiguió el hombre gris— queremos proteger a tus amigos de ti. Y si realmente los quieres, nos ayudarás. No podemos estarnos con los brazos cruzados viendo cómo los apartas de todas las cosas importantes. Queremos que lleguen a ser algo. Queremos lograr que los dejes en paz. Y por eso te regalamos todas estas cosas bonitas.

(Momo, Michael Ende)


*Y a veces yo siento que si un hombre gris hablase conmigo y me dijese lo mismo tendría toda la razón del mundo...

1 comentario:

Y me pinto el pelo con rotulador dijo...

Gracias por recordarme que lo tengo que volver a leer...
Que bonito!
;)